Ascesis de la oración (II)

Chica orando

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | El signo característico de quien está moviéndose bajo la Gracia es su tono de humildad, que le hace incapaz de atribuirse a sí mismo el resultado, porque tiene conciencia viva de que todo es obra de Dios, que supera con mucho las posibilidades propias. De ahí ese sentimiento de humildad, de necesidad constante de Dios, de constante súplica del auxilio y de la Gracia de Dios, a quien atribuye indefectiblemente el fruto de lo que su colaboración va llevando a cabo.

Todo este problema de Dios, don de Dios y colaboración del hombre se agudiza, aún más, y presenta una particular dificultad al tratarse de la oración. En efecto la oración, siendo el lugar del encuentro interpersonal, es un caso agudo de la incapacidad del hombre. Ya en el orden humano el encuentro interpersonal es imposible de obtenerse a voluntad y por la fuerza, porque requiere la libre entrega y comunicación del otro. Por lo tanto, el encuentro interpersonal yo no lo puedo producir. Puedo acercarme a alguien, invitarle y solicitar ese encuentro, pero todo depende de que la otra persona también quiera y me abra esa intimidad de comunicación interpersonal. ¡Cuánto más tratándose de Dios!

Lo que buscamos en la oración es de manera especial el don de Dios, porque es comunicación de Dios mismo. Es, a su vez, elevación del hombre, entrada en Dios, a partir del nivel en que el hombre se encuentra. Pero, ¿cómo puede el hombre elevarse sobre sí mismo? ¿Qué sentido tiene su preparación? ¿Qué sentido tiene su actividad? ¿Qué sentido tiene el método de la oración? ¿Qué sentido tiene una ascesis metódica? ¿Vale la pena? ¿Es útil para algo? Lo natural no tiene proporción con lo sobrenatural. Todo lo que yo haga no tiene proporción con la comunicación de Dios. Sin embargo, en toda la tradición de la Iglesia ha existido la pereza, un esperar con los brazos cruzados el don de Dios. Toda la vivencia en la presencia de Dios requiere de parte del hombre una atención constante y una aplicación verdadera. Es necesaria una ascesis dentro de la oración. Hay que mantener una diligencia cuidadosa en el trato con el Señor.

El Espíritu Santo, buscando la santificación de la humanidad, actúa de frente. A través de la Iglesia llega por la predicación y el anuncio del Evangelio a cada hombre. Y por la acción interior, ejercitada en cada uno, nos lleva también hacia la Iglesia e ilumina al hombre interiormente para que capte el mensaje evangélico.

La acción del Espíritu Santo se realiza en una doble dirección en donde se encuentra consigo mismo. Mueve a la Iglesia a que vaya a los gentiles. Mueve a los gentiles a que vayan a la Iglesia, que los acoge en su seno. Lo vemos en el caso de Saulo, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles. Jesús encuentra a Saulo y lo mueve, enviándole a Damasco y allí el Espíritu mueve a Ananías a que vaya a bautizar a Saulo. Mueve al gentil, al judío en este caso, a la Iglesia y mueve a ésta en Ananías a que acoja al gentil.

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