Ruega por nosotros pecadores

Cruz de confesionario
Fotografía: Asier Díaz López (Flickr)

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | En el Ave María decimos: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores». Y no hay nada, aparentemente más dispar que la Virgen y los pecadores. Es como juntar el fuego y el agua, pero Ella puede entender a los pecadores, porque para ocuparte de alguien tienes que entenderlo, aunque sea un poco.

¿Cómo alguien de tanta santidad, tan llena de Gracia, que no ha experimentado mancha alguna de pecado, puede sentirse identificada con nosotros? Para responder a esta pregunta es bueno que entendamos que María también se siente objeto de la Misericordia de Dios.

María pudo escuchar la frase de su Hijo: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Sin embargo, sería ridículo interpretar que Jesús no ha venido a llamarla. Obviamente no es así. La Virgen, ciertamente, fue preservada de todo pecado, pero se siente especialmente necesitada de agradecer la Misericordia de Dios. Luego sí nos entiende, aunque no sea pecadora. Nos entiende porque vive de la Misericordia de Dios, igual que nosotros estamos llamados a vivir de esa Misericordia.

La estrategia de la Virgen María consiste en que nosotros entremos en una especie de categoría de ser pecadores agradables a Dios. Pero, ¿cómo es eso? Aunque el pecado no puede ser agradable a Dios, hay una categoría de pecadores agradables a los ojos de Dios, como lo fueron Zaqueo, María Magdalena o el Buen ladrón.

Estamos llamados a depositar a los pies de María el peso de nuestros pecados y que Ella nos ayude a hacer de nuestra debilidad una ocasión de crecer en la infancia espiritual. María nos enseña el precio del pecado, llevándonos a contemplar a su Hijo muerto en la cruz, por causa de nuestras faltas. Su papel consiste en desenredar las raíces de nuestro amor propio, que se alojan en nuestra debilidad, sencillamente para que terminemos diciendo confío en el Señor, confío en su Misericordia y me entrego manos a la obra a la tarea de la santificación. Luego la Virgen y los pecadores están muy unidos.

En la tradición de la Iglesia se invoca a María en la «Salve Regina», en el «Bajo tu amparo» o en el «Acordaos» de san Bernardo. Santo Maximiliano Kolbe, en su acto de consagración, invoca a María como refugio de pecadores y Madre amorosa, a quien Dios ha querido confiar el orden de la Misericordia, para que Ella administre la gracia del perdón que tiene su Hijo para nosotros.

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