Orar en cuerpo y alma

Rezando en una iglesa

Luis Mª Mendizábal, exdirector nacional del APOR | Para la oración hay que mantener el espíritu de esfuerzo o, al menos, tender a ello humildemente. Se debe mantener el alma quieta, pacífica y dispuesta para cuando el Señor quiera obrar en ella. Ésta es la postura de permeabilidad, mientras Él actúa.

Puede ser que la apertura esté unida, en algún caso, a la ausencia de actos concretos de la inteligencia o de la afectividad concreta, pero no consiste en la falta de esos actos. Aunque con unos ejercicios psicológicos se llegue al vacío de la mente, no significa que exista una apertura del corazón a Dios. Sería un vacío de la inteligencia, que tendrá efectos psicológicos también, pero no conlleva la apertura del ser. Aun conteniendo las facultades no es suficiente. El corazón sólo se abre en el amor, en el amor auténtico, en el de donación, en el encuentro personal.

La actitud activo-pasiva de la oración requiere de nuestra parte un esfuerzo consciente de colaboración con la Gracia, que nos mueve de manera normal. Hay una llamada del Señor y uno tiene que aplicarse a recoger los sentidos y facultades para ponerlos quietos y pacíficos ante Él. Es algo así como si estando en medio de la plaza de San Pedro tengo que esforzarme para atender a las palabras que pronuncia el papa desde la ventana, sin distraerme.

En otras ocasiones, en lo que suele llamarse oración pasiva, nos sentimos sin esfuerzo con la mirada fija en el Señor. En caso anterior seríamos subyugados por la cercanía de la presencia del papa en una audiencia. No tendríamos que hacer esfuerzo para estar atentos. Ése es el primer paso, la actitud orante que ha de permanecer.

Hallándonos ya en actitud de oración, en la presencia amorosa del Señor, necesitamos y debemos buscar para llevar adelante el encuentro con el Señor, con toda nuestra persona. Y quiero recalcar esto último, con una pequeña observación: a veces, al estar en oración, uno prescinde del sitio donde se encuentra e, incluso, de la realidad corporal propia, dejándose llevar por la mente, el pensamiento, la meditación… esto no es bueno. Yo estoy ante el Señor con todo mi ser.

Tengo que llevar adelante mi encuentro con el Señor, con toda mi persona, cuerpo y alma. De modo que tengo que ver qué postura adopto, cómo tengo los ojos, si me pongo de rodillas, si estoy de pie, si me siento… Lo necesario para que el desarrollo de mi conversación con Dios sea verdadera. Y entonces llegaría el segundo elemento de la oración, que es buscar dentro de la misma.

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