La diestra de Dios (I)

Viento

Antonio Pavía, Misionero comboniano

“Tu diestra, Yahvé, relumbra por su fuerza; tu diestra, Yahvé, aplasta al enemigo. En tu gloria inmensa derribas tus contrarios, desatas tu furor y los devora como paja. Al soplo de tu ira se apiñaron las aguas, se irguieron las olas como un dique, los abismos cuajaron en el corazón del mar. Dijo el enemigo: Marcharé a su alcance, repartiré despojos, se saciará mi alma, sacaré mi espada y los aniquilará mi mano. Mandaste tu soplo y los cubrió el mar…” (Éx 15,6-12).

La diestra del Señor es una expresión bíblica que indica su fuerza y, más aún, su omnipotencia. En el contexto de este himno se nos está señalando que esta su fuerza y omnipotencia están al lado de su pueblo. Nada hemos de temer, proclamarán una y otra vez los israelitas, mientras Dios –su diestra poderosa- se mantenga firme a nuestro favor. De ahí tantos himnos y vítores de alabanza a Dios porque les protegió y salvó con la fuerza de su brazo, con su diestra.

¡La diestra de Yahvé hace proezas, la diestra de Yahvé es excelsa! Así oímos cantar a Israel a la vuelta de su destierro. Al igual que sus antepasados que quedaron atónitos al ver a sus enemigos bajo las aguas del mar, también ellos, los que vuelven de Babilonia, se rinden ante esta nueva maravilla de amor de Dios por su pueblo. Maravillas que provocan cantos como este: “¡Dad gracias a Yahvé, porque es bueno, porque es eterno su amor! ¡Diga la casa de Israel: que es eterno su amor…! Clamor de júbilo y salvación, en las tiendas de los justos: ¡La diestra de Yahvé hace proezas, es excelsa la diestra de Yahvé, la diestra de Yahvé hace proezas!” (Sl 118,1-2 y 15-16).

Es tan profunda la experiencia que Israel tiene de Dios, de su fuerza, representada, como hemos señalado, por su diestra, que no es raro encontrar, sobre todo en los libros proféticos, auténticos gemidos y lamentos añorando al Dios que caminaba con ellos a la vez que, desplegando su diestra, ponía en fuga a sus enemigos.

Es cierto que Israel ha pecado, que ha sido infiel a Dios; mas es tanta la confianza que tiene en su protección que “le recuerda” que mientras Él no diga lo contrario, sigue siendo su pueblo. Es por ello que apela a la diestra que antaño Dios desplegaba en su favor. Escuchemos esta bellísima “protesta” que nos viene dada por medio del profeta Isaías. Protesta elevada a lo alto en forma de pregunta: ¿Dónde está nuestro Dios, el que hizo tanto por nosotros? Escuchémosle: “¿Dónde está el que los sacó de la mar, el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en él –Moisés- su Espíritu santo, el que hizo que su brazo fuerte marchase al lado de Moisés, el que hendió las aguas ante ellos para hacerse un nombre eterno…?” (Is 63,11b-12).

Protesta que reviste tintes dramáticos en Jeremías quien, en el libro de las Lamentaciones, se duele indeciblemente porque Dios ha ocultado su diestra, se la ha guardado, permitiendo así la tragedia del destierro: “En el ardor de su cólera ha quebrado todo el vigor de Israel; ha echado atrás su diestra frente al enemigo; ha prendido en Israel como fuego llameante que devora todo alrededor…” (Lm 2,3).

¿Por qué retraes tu mano, por qué la retienes escondida en tu seno?, grita transido por el dolor el salmista ante la devastación del Templo y la ciudad santa: “¿Hasta cuándo, oh Dios, nos provocará el adversario? ¿Hasta cuándo el enemigo ultrajará tu nombre? ¿Por qué retraes tu mano, y retienes escondida tu diestra en tu seno?” (Sl 74,10-11).

Dudas, temores, angustias, ante la idea de que Dios se haya desentendido de ellos, les haya soltado de la mano. Todas estas aflicciones se dan cita en el alma de Israel. Sin embargo, no, Dios no se ha olvidado de su pueblo, no les ha soltado de la mano. Envía a sus profetas para recordárselo: “Y tú, Israel, siervo mío, a quien elegí, simiente de mi amigo Abrahán… No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he ayudado, y te tengo asido con mi diestra salvadora” (Is 41,8-10).

A la diestra de Dios Padre se sentó Jesús en su resurrección, como nos dicen las santas Escrituras; a la diestra de Dios Padre, expresión que indica su divinidad. Tengamos presente la apreciación que nos brinda el autor de la carta a los Hebreos: “…En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia…, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas…” (Hb 1,2-3).

A la diestra de Dios, así estamos los discípulos del Señor Jesús. Odiados por el mundo, mas amados y protegidos por Dios; nadie nos puede acusar ante Él. Es más fuerte el amor que Dios nos tiene que todos los poderes del mal juntos. Nadie como Pablo para recordárnoslo: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?… En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8,33-37).

No hay duda de que Israel vive profundamente este su canto de acción de gracias, de alabanza a Dios, por la liberación alcanzada. El himno que sale de sus gargantas es toda una liturgia festiva que no tiene nada de formalista, todo el pueblo canta a una sola voz lo que ha visto y oído: las obras de Dios en su favor.

En esta liturgia, que -como ya he señalado- es entrañablemente festiva, vemos a Israel asistiendo a un combate entre quien le quiere hacer el mal hasta el aniquilamiento, y quien le quiere hacer el bien conduciéndolo a la libertad. Nos imaginamos a todo el pueblo, expectante ante este combate entre su opresor, Egipto, y su salvador, Dios.

De su opresor realza, y con énfasis, su poder destructor, poder que se ve acrecentado por su odio desencadenado. Odio alimentado también por la humillación, la frustración que embarga el corazón de sus enemigos al asistir impotentes a la salida hacia la libertad de los que hasta ahora eran sus esclavos. Efectivamente, el éxodo, la salida de Israel, ha constituido en realidad toda una marcha triunfal. Pasado, como quien dice, el estupor de sus enemigos, éstos reaccionan. El autor de este texto no ahorra detalles que nos permiten adivinar la virulencia del furor que se ha adueñado de ellos: “Decía el enemigo: Marcharé a su alcance, repartiré sus despojos, se saciará mi alma…, los aniquilará mi mano…”

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