El Corazón de Jesús, verdadero tesoro

San Buenaventura (1221-1274)
El texto de san Buenaventura se adentra en la mística del Corazón de Cristo de forma certera y profunda.
El Corazón de Jesús se encuentra ahondando el conocimiento de Cristo. Es la perla que merece que entreguemos, confiadamente, nuestros pensamientos y deseos para obtenerla. El Corazón de Cristo vive en nosotros y gracias a ello, tenemos realmente un corazón vivo. Puede hacernos pasar por el ojo de una aguja, tras haber depositado, en Cristo, toda la carga (pecados, miedos, dudas) que llevamos en nosotros. Oremos al Señor para que, a través de Su Corazón podamos ver y hacer la Voluntad de Dios.
Para comprender lo que san Buenaventura nos dice y el mismo símbolo del Corazón de Cristo, tenemos que deshacernos del entendimiento romántico (siglo XIX) que asimila el corazón a los sentimientos. El corazón es un símbolo que significa y representa, la centralidad, el ser, el fin último de cada uno de nosotros. En la medida que nuestra centralidad, nuestro ser, se haga uno con el Corazón de Cristo, estaremos aceptando la salvación que Cristo no ofrece. Para ello tenemos que despojarnos de todos nuestros miedos, temores y resquemores. Tenemos que confiar completamente en el Señor para ser capaces de dejar nuestros pesados fardos en sus manos. Sólo Él nos da lo que es mejor para cada uno de nosotros, ¿Por qué temer ofrecernos totalmente al Señor? ¿Por qué temer fusionarnos con el Corazón de Cristo? Nuestra desconfianza es una barrera tremenda que nos separa de Dios. En esa falta de confianza se evidencia el pecado original.
El Corazón de Jesús, verdadero tesoro
Tu corazón, ¡oh buen Jesús!, es un verdadero tesoro, una perla preciosa, que hemos encontrado profundizando en el conocimiento de tu cuerpo (Mt 13,44-45). ¿Quién la rechazaría? Más bien, lo daría todo; a cambio, entregaré todos mis pensamientos y todos mis deseos para obtenerla, depositando todas mis preocupaciones en el corazón del Señor Jesús, y sin duda este corazón me alimentará.
En este templo, en este «santa santorum», ante esta arca de la alianza (1Re 6,19), adoraré y alabaré el nombre del Señor, diciendo con David: «He encontrado mi corazón para pedir al Señor» (2 Sam 7,27). Y yo, he encontrado el corazón de Jesús, mi Rey, mi hermano y mi tierno amigo. Y yo ¿no rezaré? Ciertamente rezaré. Porque Su Corazón está conmigo, le diré con audacia, e incluso más: porque Cristo está verdaderamente a mi lado, como mi jefe, mi cabeza (Col 1,18), ¿no estará conmigo?… Este corazón divino es mi corazón; está verdaderamente en mí. Realmente, con Jesús dispongo mi corazón. ¿Qué tiene de extraño esto? La «multitud de creyentes» formaban «un solo corazón» (Hch 4,32).
Habiendo encontrado, muy dulce Jesús, este corazón, que es el tuyo y el mío, te rezaré a ti que eres mi Dios. Recibe mis oraciones en este santuario donde te nos escuchas, o más bien, atráeme enteramente hacia tu corazón… Tú puedes hacerme pasar por el agujero de una aguja, después de haberme hecho depositar el peso de esta carga que llevo sobre los hombros (Mt 19,24; 11,28). Jesús, el más hermoso de toda la belleza humana, lávame aún más de mi inequidad y purifícame de mis pecados (Sal 44,3; 50,4) para que, purificado por ti, me pueda me acercar a ti que eres más puro, que merezca «habitar todos los días de mi vida» en tu corazón y pueda siempre ver y realizar tu voluntad (Sal 26,4ss)1.