¡Deja tu propia huella!

Huellas en la arena

Beatriz Olivares López | A veces pasamos por el mundo sin pasar; oímos sin escuchar, pensamos sin entender, hablamos sin conocer… Vivir en piloto automático puede ser cómodo pero, ¿hasta qué punto merece la pena? Ponernos una fachada para no involucrarnos nos hace dejar de ser protagonistas de nuestra propia vida. La vida es alegría, sufrimiento, confusión, certeza, arrepentimiento, plenitud. Cuando dejamos de vivir cada una de estas facetas con tanta intensidad, entramos en una realidad insustancial que bien lejos se encuentra de lo que cada uno de nosotros merece.

Es cierto que por donde nosotros pisamos han pasado miles de personas y, tras nuestra caminata, vendrán muchísimos más. Sin embargo, no por eso debemos pensar que nuestra huella es insignificante o innecesaria, que si nosotros no nos involucramos no va a cambiar nada. Puede que, a simple vista, el mundo siga siendo igual, pero el sentido que nosotros le damos, muy al contrario de lo que se piensa, sí puede cambiar vidas. Para empezar, la nuestra, porque nos llenamos de cada experiencia saboreando la alegría y creciendo con cada ápice de dolor. Y, además, la de quien necesita dejar de vivir una vida vacía.

Vivir con radicalidad, con amor, con pasión, ilumina nuestro alrededor y hace crecer nuestra alma. En este punto ya nada es insignificante. Cuando andamos por la calle profundizamos en la suerte que tenemos de oír, de ver, de sonreír. Podemos intentar observar a cada persona que pasa o cada ventana que vemos, en ellas hay un mundo por descubrir, cada una con sus problemas, sus debilidades, sus alegrías, sus preguntas… pero todas con una posibilidad infinita de marcar la diferencia. ¡No tengamos miedo a ser diferentes! El beato Carlo Acutti dijo: «todos nacen como originales pero muchos mueren como fotocopias».

Y, ¿cómo se logra marcar la diferencia? Sin duda, amando con todas nuestras fuerzas. Y, al mismo tiempo, profundizando en el inmenso amor que Dios nos regala. La capacidad de amar y sentirnos amados; la posibilidad de creer, de pensar, de sentir; la habilidad de ayudar, ofrecer, agradecer, demostrar. Esto es un regalo tan inmenso que, ¿cómo no mostrarlo al mundo? y, ¿cómo no ahondar en ello para vivir con más fuerza?

Dejemos la superficialidad y el vivir de puntillas, abandonemos las fachadas efímeras… ¡Vivamos! Es nuestro momento, es nuestra oportunidad. Los que anduvieron estos caminos ya dejaron sus propias huellas y los que vengan tras nosotros ya lo harán. No obstante, esta es nuestra oportunidad. Equivoquémonos, acertemos, mejoremos… pero, ¡luchemos! A nuestra manera, creemos nuestro camino, moldeemos nuestra huella… vivamos con un sentido: el Amor.

Anterior

Sumario 170

Siguiente

Decálogo de los diez gemidos del corazón