Danos hoy nuestro pan de cada día (I)

Maná caído del cielo
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

Antonio Pavía, Misionero comboniano

“Y añadió Moisés: Yahveh os dará esta tarde carne para comer, y por la mañana pan en abundancia; porque Yahveh ha oído vuestras murmuraciones contra él; pues ¿qué somos nosotros? No van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra Yahveh… He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Al atardecer comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan; y así sabréis que yo soy Yahveh vuestro Dios… Y al evaporarse la capa de rocío apareció sobre el suelo del desierto una cosa menuda, como granos, parecida a la escarcha de la tierra. Cuando los israelitas la vieron, se decían unos a otros ¿qué es esto? Pues no sabían lo que eran. Moisés les dijo: Este es el pan que Yahveh os da por alimento…” (Éx 16,8… 35).

Después de calmar los ánimos del pueblo haciéndoles saber que no es en su nombre, sino en el de Dios a cuyo servicio están, y bajo cuyo amparo y fuerza llevan a cabo la misión que les ha confiado, Moisés y Aarón dan una catequesis magistral al pueblo, haciéndoles comprender que sus protestas y murmuraciones en realidad se han elevado altivas como saetas veloces contra el mismo Dios que les ha enviado. Este acontecimiento nos abre una puerta para discernir acerca del verdadero papel de aquellos a quienes Dios llama para conducir pastoralmente a los hombres del mundo entero.

Estos pastores no escogen por sí mismos su misión ya que les sobrepasa totalmente. Es más, es tal la distancia entre la conciencia de lo que son y la misión que Dios les confía que se resisten a ella con todos los argumentos habidos y por haber. Recordemos el intento –inútil por cierto- que hizo Moisés ante Dios cuando le confió su misión: “¡Por favor, Señor! Yo no he sido nunca hombre de palabra fácil, ni aun después de haber hablado tú con tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua… Por favor, envía a quien quieras…” (Éx 4,10-13).

Resistirse, al menos inicialmente, ante la llamada y misión de Dios no indica de por sí falta de generosidad o disponibilidad. Revela incluso una cierta sensatez, un cierto grado de prudencia. Es, para que nos entendamos, la conciencia de su impotencia para asumir el rol de “hacer de Dios entre los hombres”. Esto que acabo de decir parece un poco brusco, sin embargo es total y absolutamente real. Más contundente, no obstante, es la respuesta que Dios da a los miedos e impotencias expresados: ¡No temas, yo estaré contigo! Con estas palabras -también promesa- que diluyen miedos, temores e incapacidades, envió el Hijo de Dios a sus discípulos al mundo. Partieron con un aval infalible: ¡No vais en vuestro nombre sino en el del mío, y en el del Padre y en el del Espíritu Santo!

Volvemos a Moisés, a Aarón y al pueblo, que se ha despachado a gusto contra ellos. Ante sus protestas y murmuraciones, que bien podemos adivinar cargadas de violencia, se limitan a decirles: Pero vamos a ver, ¿qué somos nosotros? Es como si les estuvieran abriendo la memoria para hacerles recordar que no fueron ellos los que les sacaron de Egipto, los que abrieron en dos partes el mar Rojo, ni los que destruyeron a los perseguidores cuando ya les habían dado alcance.

¿Qué somos nosotros?, ¿quién creéis que somos?, ¿en qué nos diferenciamos de vosotros? Ante esta argumentación, nos imaginamos al pueblo serenándose poco a poco. Es cierto que el hambre y todo tipo de necesidad son malos consejeros. Aun así y a pesar de los ánimos exaltados, las palabras de Moisés y Aarón van devolviendo a los israelitas la sensatez perdida lo suficiente como para comprender la catequesis subyacente a sus palabras, y que nos es absolutamente necesario asimilar si queremos crecer como discípulos del Señor. Les dijeron: “no van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra Dios”.

Moisés y Aarón dejaron bien claro en nombre de quién están guiando y pastoreando al pueblo. Sus palabras son una profecía acerca de los pastores llamados por Jesucristo para anunciar el Evangelio; son pastores que van hacia los hombres no por propia decisión, sino por decisión del Buen Pastor que se fijó en ellos. Y a este respecto, es necesario añadir que, puesto que van en su nombre, todos aquellos que les escuchen, a Él le escuchan. De la misma forma, todos los que les rechacen, es a Él a quien rechazan. Lo dice el mismo Señor Jesús: “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10,16).

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