Saber pedir al Padre

Santa Teresa de Lisieux
Santa Teresa de Lisieux con 15 años

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Orar es abrirse al Espíritu, llenarse de Espíritu y dejarse llevar por lo que el Espíritu Santo insufla en el corazón del orante. Es algo tan grande, tan desbordante, tan maravilloso… Pero muchas veces cuando vamos a orar nos olvidamos de esta premisa. Es bueno preguntarse si sabemos pedir lo que nos conviene. Nuestro Padre conoce muy bien lo que más necesita cada uno de sus hijos. Antes de pedir ya lo sabe, pero como buen padre, espera la llegada del hijo que se acerca con amor y confianza a su presencia. Cada hijo es libre de pedir a su padre lo que quiera. También es verdad que el padre da lo que lleva en su corazón. Por eso es bueno, antes de levantar la mirada al Padre en oración, pedir la ayuda del Espíritu Santo. Si oramos llenos de Espíritu Santo, nuestra vida es otra porque no es nuestra, es de Dios. Vivimos en Dios y para Dios.

Si además sabemos que lo que pedimos es algo complejo, es mucho más necesario estar unidos al Espíritu Santo. Y lo que es más, pedirle que hable ese Fuego divino por nosotros. Callar, esperar y una vez que se ve que ha llegado el momento, ponernos en camino y presentarnos ante el Padre para pedirle lo que arde en nuestro corazón. Añadir la intercesión de los santos favorece mucho. Todo ayuda a entrar en el corazón del Padre de la gloria. Cuando hacemos silencio interior y el Espíritu Santo nos hace ver que es la hora y nos pone las palabras precisas, nos lanzamos como un niño en los brazos de su padre. Damos el paso, suplicamos y esperamos la contestación. El mismo Espíritu Santo puede parecer que no nos haya ayudado porque la respuesta no es la que buscábamos. No pasa nada. Es hora de dialogar, de entrar en trato directo con ese Padre que nos da todo si es para nuestro bien.

¡Habla a tu Padre que está en lo escondido! ¡Pide antes Espíritu Santo! ¡Déjate mirar por Cristo! ¡Ama de corazón! ¡Entrega tu corazón! ¡Mira al cielo! Eso es rezar. El fruto llegará, y si además aprovechas las grandes fiestas para unirte al cielo de modo pleno, mucho mejor. Aprende de Santa Teresita del Niño Jesús que sabe muy bien escoger el día, el momento y las palabras para pedir a su padre un permiso muy singular: ser carmelita descalza en Lisieux. Lo hace con sinceridad y decisión antes de cumplir los 15 años:

“Escogí el día de Pentecostés para hacerle a papá mi gran confidencia. Todo el día estuve suplicando a los santos apóstoles que intercedieran por mí y que me inspiraran ellos las palabras que habría de decir… ¿No eran ellos, en efecto, quienes tenían que ayudar a aquella niña tímida que Dios tenía destinada a ser apóstol de apóstoles por medio de la oración y el sacrificio…?

Hasta por la tarde, al volver de Vísperas, no encontré la ocasión de hablar a mi papaíto querido. Había ido a sentarse al borde del aljibe, y desde allí, con las manos juntas, contemplaba las maravillas de la naturaleza.

El hermoso rostro de papá tenía una expresión celestial. Comprendí que la paz inundaba su corazón. Sin decir una sola palabra, fui a sentarme a su lado, con los ojos bañados ya en lágrimas. Me miró con ternura, y cogiendo mi cabeza la apoyó en su pecho, diciéndome: ‘¿Qué te pasa, reinecita?… Cuéntamelo…’ Luego, levantándose, como para disimular su propia emoción, echó a andar lentamente, manteniendo mi cabeza apoyada en su pecho.

A través de las lágrimas, le confié mi deseo de entrar en el Carmelo, y entonces sus lágrimas se mezclaron con las mías; pero no dijo ni una palabra para hacerme desistir de mi vocación. Se contentó con hacerme notar que yo era todavía muy joven para tomar una decisión tan grave.

Pero yo defendí tan bien mi causa, que papá, con su modo de ser sencillo y recto, quedó pronto convencido de que mi deseo era el de Dios; y con su fe profunda, me dijo que Dios le hacía un gran honor al pedirle así a sus hijas” (Ms. A 50rº).

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