Don de Sabiduría (I)

Manos

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | El don de Sabiduría es el encargado de llevar a la perfección la virtud de la caridad, igual que el don de Entendimiento decíamos que era el encargado de llevar a su perfección la virtud de la fe.

Si decimos que la virtud de la caridad es la más excelente de las virtudes teologales se comprende que ahora podamos decir que el don de Sabiduría sea el más excelente de los siete dones. Es el don que eleva el corazón hacia las cosas de arriba purificándonos de todos los afectos terrenales y dándonos a gustar el sabor de las cosas divinas. Esto es importante pues estamos hablando de una sabiduría mística: el don que eleva el corazón hacia las cosas de arriba. Podríamos decir que es el don de los dones. Entre los dones del Espíritu Santo este es el principal. Es el mismo Espíritu Santo que obra en nosotros toda la santidad, de él depende que nuestro modo de obrar sea no meramente humano sino sobre-humano. De él depende que el ejercicio de las virtudes sea completado y coronado con los dones del Espíritu Santo.

Decíamos que las virtudes, para llegar a su plenitud, tenían que ser coronadas con los dones del Espíritu Santo. Pues las virtudes son como el obrar de modo humano y los dones son el obrar de modo divino. Poníamos aquel ejemplo en que las virtudes son como remar, es mover la barca a fuerza del remo; mientras que los dones son mover la barca a fuerza no del remo sino del soplo del viento que hace mover la barca. Bueno, pues tan importante es el don de Sabiduría que aquí podríamos decir que quien tiene el don de Sabiduría es Dios el que obra y nosotros nos movemos para cooperar con Dios que está obrando a través de nosotros. Mientras que al que le falta este don del Espíritu Santo, por decirlo de alguna manera, le pide a Dios que coopere consigo (yo hago las cosas y le pido al Señor que me ayude que me dé su gracia que me ayude en mi acción); pero el que tiene el don de Sabiduría es distinto porque es Dios quine obra en el, es ponerme yo plenamente al servicio y a la cooperación de esa obra de Dios en mí, yo colaboro plenamente con Dios. No es que Dios colabore conmigo sino que yo colaboro con El, que es distinto. Las riendas las lleva el, es Él el que obra en mi. Es vivir aquello que decía san Pablo ‘ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi’. Como se puede ver es un don excelente, es, como hemos dicho, la cumbre de los siete dones del Espíritu Santo: el don de Sabiduría.

Las bases de la Sagrada Escritura son muchas. En el Antiguo Testamento se habla de la soberanía de Dios y de la sabiduría de Dios. Hay muchos libros sapienciales que hablan de la sabiduría de Dios. En el Libro de Job hay un pasaje que no tiene desperdicio. Es el capítulo 38. Con una cierta ironía Dios habla a Job cuando este se ha revelado frente a la sabiduría de Dios porque no entiende lo que le está ocurriendo y le parece que es una injusticia que él siendo un hombre inocente le esté ocurriendo tantas desgracias y se revela. Entonces Yahvé se pone frente a Job y le dice: ‘Oye, dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra, indícalo si sabes la verdad, quien fijo sus medidas ¿lo sabrías?, quien puso sus bases, etc.’ Y le va repasando lo que es la sabiduría divina hasta el punto que le lleva a Job al más absoluto silencio signo de que el no sabe nada en comparación con la sabiduría divina.

Cruces

Los libros sapienciales de la Sagrada Escritura marcan la cima de la revelación. Hay, por ejemplo, pasajes de los Libros de los Proverbios que dicen ‘dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia. La sabiduría es más preciosa que las perlas. Con la sabiduría fundó Yahvé la tierra, consolidó la tierra con inteligencia’.

El Libro de la Sabiduría, especialmente, nos lleva a describir una y otra vez ese misterio de la sabiduría insondable de Dios. Dice así en uno de sus capítulos: ‘Dios de los padres, Señor de la misericordia, que hiciste el universo con tu palabra y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados. Administras el mundo con santidad y justicia y juzgas con rectitud; dame la sabiduría y no me excluyas del nombre de tus hijos’. Esta es la cumbre del Antiguo Testamento: dame la sabiduría.

Y llega el Nuevo Testamento y esa sabiduría ha venido a habitar entre nosotros. El Verbo se hizo carne y es la misma sabiduría divina que habita entre nosotros. En todos los Evangelios, en todo el Nuevo Testamento, en las cartas de Pablo resplandece la sabiduría divina. Pero ojo, en el Nuevo Testamento se nos recuerda una y otra vez que la sabiduría de Dios es una sabiduría crucificada, es la sabiduría de la cruz; que para algunos es una necedad y para otros es una locura. La sabiduría de Dios resulta incomprensible para el que tiene ojos carnales. A veces a Dios no se le entiende, parece incomprensible que Dios obre de cierta manera, que Dios haya elegido el camino de la cruz… pero ¿qué sabiduría es esa? Ahí tenemos a Pedro y a los apóstoles intentándole decir a Jesús que se estaba equivocando (‘que no Jesús, que eso no te ocurrirá a ti’). Pero El les dice ‘vosotros pensáis como los hombres no pensáis como Dios’. La sabiduría de Jesucristo, del Nuevo Testamento, es una sabiduría crucificada.

Hay muchos textos donde se subraya esto especialmente: por ejemplo, la Primera Carta a los Corintios nos cuenta ‘porque dice la Escritura, destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes, ¿dónde está el sabio? ¿Donde el docto? ¿Donde los sofistas de este mundo? Acaso ¿no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho como el mundo mediante su sabiduría no conoció a Dios quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para los llamados, sabiduría de Dios y fuerza de Dios porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres’. He aquí este contraste entre sabiduría Dios y la sabiduría nuestra. La necedad divina es más sabia que la sabiduría del hombre que es necedad para Dios. Y continua san Pablo ‘hablamos de la sabiduría entre los perfectos pero no de la sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, más bien como dice la Escritura, ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el corazón del hombre llegó a percibir… porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu y el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios’. Este es el don de sabiduría ser capaz de escudriñar, de profundizar hasta la sabiduría de Dios.

Anterior

Comentario al Veni Sancte Spiritus (X)

Siguiente

Sumario 139