Arte y fe

, coordinador de redacción | La semana pasada se celebró en Valladolid la coronación canónica de la Virgen de la Vera Cruz. Esta es una de las grandes obras que esculpió Gregorio Fernández, un hombre que estaba tocado por la mano de Dios. Su compromiso con su fe era tal que, antes de trabajar, hacía ayuno y oración. Viendo imágenes como esta Virgen coronada, el Cristo de la Luz o el Ecce-Homo del museo de la Catedral de Valladolid, se percibe una impronta que va más allá de lo artesanal.
La Virgen de la Vera Cruz originalmente formó parte de un Descendimiento, pero debido a la devoción que despertaba fue separada de esta composición. Uno de mis sobrinos, cuando era pequeño, me preguntó un día que por qué se clava una espada, en alusión a una réplica que hay en Cáceres. La expresiva iconografía de esta dolorosa refleja la consumación de la profecía del anciano Simeón, que le anticipó a María que una espada le traspasaría el alma.
«La belleza salvará al mundo», escribió Dostoievski en su novela El idiota. Sin embargo, el mundo está en crisis, porque se ha cerrado a la belleza. El cineasta ruso Andrei Tarkovsky expresó en su diario Esculpir en el tiempo que «… hoy en día una persona corriente queda definitivamente separada de todo aquello que hace referencia a una reflexión sobre lo bello y lo eterno». Según este artista: «La moderna cultura de masas -una civilización de prótesis-, pensada para el ‘consumidor’, mutila las almas, cierra al hombre cada vez más el camino hacia las cuestiones fundamentales de su existencia, hacia el tomar conciencia de su propia identidad como ser espiritual».
En las procesiones de Semana Santa me llama la atención que algunas personas que no pisan la iglesia sientan el impulso de hacer una foto del paso que tienen delante. Hay algo que conmueve a cualquiera con un mínimo de sensibilidad, porque conecta con el interior de la persona. Incluso el director de cine ateo Ingmar Bergman manifestaba en su libro Cuatro obras: «El arte perdió su impulso creador básico en el instante en que fue separado del culto religioso. Se cortó el cordón umbilical y ahora vive su propia vida estéril, procreando y prostituyéndose».
Bergman también exponía lo siguiente: «En tiempos pasados el artista permanecía en la sombra, desconocido, y su obra era para gloria de Dios. Vivía y moría sin ser más o menos importante que otros artesanos; ‘valores eternos’, ‘inmortalidad’ y ‘obra maestra’ eran términos inaplicables en su caso». Tenemos la suerte de conocer a Gregorio Fernández, pero cuántas obras admiramos de artistas que ni siquiera se conocen. Pinturas, capiteles románicos o esculturas anónimas que han perdurado a lo largo de los siglos, y que siguen sorprendiéndonos y conectándonos con lo eterno.
Tarkovsky, antes de exiliarse de la Unión Soviética, escribió en su diario que para crear tiene que existir una motivación espiritual. Decía que «… el artista no puede, no debe permanecer sordo ante la llamada de la verdad, que es lo único capaz de determinar y disciplinar su voluntad creadora. Solo así obtiene la capacidad de transmitir su fe también a otros. Un artista sin esa fe es como un pintor que hubiera nacido ciego».