Al despertar en la vida eterna

Amanecer

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de Orihuela-Alicante | Cuando alguien fallece, me atrevería a utilizar la imagen de que la Iglesia está como asistiendo a un parto para la vida eterna. Es como una comadrona que asiste a ese parto. Asiste a sus hijos, acompañándolos y dándoles los últimos sacramentos, e introduciéndoles en el Cielo.

La Virgen María está perfectamente reflejada en esa imagen de la Iglesia. También Ella está saliendo al encuentro de sus hijos. Es como la puerta del Cielo y podemos invocarle a que rece con nosotros en la hora de la muerte. Y cuando ya no podamos rezar, que ruegue Ella sola por nosotros. Y así esa hora se hará bendita, porque será la hora de ver a Cristo.

Podemos imaginar a María saliendo hacia nuestro encuentro, cogiéndonos de nuestra mano y diciéndonos: «¡ven!, ahora que tus labios se han cerrado para este mundo. Al despertar de la vida eterna me vas a ver a mí». Pedimos eso, que el rostro de María sea la belleza que contemplemos al despertar en la vida eterna.

El catecismo dice que ponemos en sus manos, desde ya, el momento de nuestra muerte. Desde ahora le entregamos el último instante de la vida. No sé cómo será mi muerte ni cómo serán las circunstancias, pero desde ahora la pongo en sus manos.

Cuando he asistido al fallecimiento de una persona, a sus últimos momentos, o he estado en la capilla ardiente de alguien que ha fallecido y he hecho un responso, muchas veces he comentado con los familiares que ese difunto, a lo largo de la vida, le habría pedido multitud de veces a la Virgen María que rogase por él, en la hora de su muerte. Es decir, que le ha pedido a María, insistentemente, que estuviese allí en ese momento presente, como asistió al pie de la cruz a la muerte de su Hijo. Que también Ella estuviese al pie de la cama. Y que estuviese rogando, intercediendo ante Dios. Esa persona, en el rezo de las avemarías y del rosario, podría habérselo pedido miles de veces y, por supuesto, en ese momento ocurre. Tiene lugar. Acontece que María asiste a ese parto para la vida eterna.

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