Que todos seamos uno

Ecumenismo

Mercedes Luján Díaz, Coordinadora de redacción | Desde hace ya varias décadas, fruto sobretodo del Concilio Vaticano II, nuestros Papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI, han ido alentando e invitando a toda la Iglesia a transitar las sendas del ecumenismo y construir puentes a fin de que cada vez se haga más visible esa unidad entre las diferentes confesiones cristianas. Es más, para el Papa Francisco es, actualmente, una de sus principales preocupaciones de tal manera que como él mismo expresó ante los participantes que recibió en la sesión plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: “La unidad de los cristianos es un requisito esencial de nuestra fe. Un requisito que fluye desde el fondo de nuestro ser como creyentes en Jesucristo. Llamamos a la unidad porque invocamos a Cristo. Queremos vivir la unidad porque queremos seguir a Cristo, vivir su amor, gozar del misterio de su unidad con el Padre, que es la esencia del amor divino”.

Y en comunión con nuestros Papas, así lo entiendo yo también. De tal manera que este verano acepté la invitación a un Congreso ecuménico que organizaba la IEF (Federación Ecuménica Internacional) una de las pocas asociaciones que en España trabajan y sirven a este intento de relación y comunión con los demás hermanos cristianos. Hacia mediados de agosto un grupo de 35 españoles volamos hacia Wittenberg (Alemania), lugar del nacimiento de la reforma de Lutero, donde nos reunimos con otras 400 personas de diferentes nacionalidades y confesiones. Cada dos años se celebra en una ciudad pero este por tratarse del 5ºcentenario de la reforma se escogió este lugar tan significativo.

Las jornadas se desarrollaban entre interesantes conferencias con ponentes muy versados, momentos de debate y encuentro en grupos, talleres y alguna que otra excursión. Todo vivido en un gran clima de respeto, diálogo, convivencia fraterna, interés y búsqueda de puntos en común desde donde caminar. Pero los momentos más bonitos o al menos que más intensamente yo viví fueron las oraciones y celebraciones litúrgicas. Cada día empezamos todos juntos con una oración matutina (a modo de laudes) pues consistían en alabanzas y presentación de la jornada a Dios. Y por las tardes acabábamos con una celebración litúrgica según las diferentes confesiones.

De estas recuerdo dos especialmente: la primera fue al día siguiente de nuestra llegada. Para comenzar bien el encuentro se realizó un acto de reconciliación donde nos pedimos perdón unos a otros, es decir, unas confesiones a otras, por tantos pecados, distancias y heridas que nos habíamos provocado a lo largo de la historia. Qué bonito reconocer todos estos errores con humildad como representantes de nuestros distintas iglesias y darte cuenta que aunque las circunstancias nos han superado no rompen en realidad, si se busca con sinceridad, el amor fraterno. La segunda, que es la que más me impacto, fue realmente emotiva e impresionante. Fue retransmitida por la televisión alemana y se celebró el último día con una concelebración conjunta en la que había representantes de todas las iglesias: un obispo anglicano, varios obispos y obispas protestantes, un obispo católico, y un obispo copto-ortodoxo. Todos compartiendo el mismo presbiterio, el mismo altar, la misma celebración. En el momento que cantamos el Gloria, toda la iglesia retumbaba, no sabías si el que tenías al lado era de una confesión u otra, y a mí se me saltaban las lagrimas de pensar que todos unidos, a una sola voz, como un solo pueblo estábamos cantando un gloria a Dios del que no me cabe duda que El se complacía. Pensé: “todos los redimidos por ti, Señor, como representantes de nuestras diferentes confesiones, te alabamos y te damos gloria porque todos nosotros somos los comprados por tu sangre. Somos tu pueblo hoy unido aquí ante ti”.

La vivencia espiritual de estos días fue ‘vivir hoy la Iglesia del mañana’. Vivir en esa semana lo que esperamos que sea posible el día de mañana, fecha que sólo Dios conoce. Conscientes de todo el camino que queda por recorrer y de la diferencias que todavía hay que superar, estos días hemos vivido como si ya estuviéramos unidos, nos hemos adelantado a los tiempos, en fe, a la espera de la futura realidad de sentarnos todos juntos a la misma mesa de Cristo como lo hace una familia unida junto a su Padre.

Doy gracias al Señor por este gran regalo que me ha hecho, por esta rica experiencia que sin cambiar en nada la fe te hace ver las cosas de otra manera. Sobre todo darme cuenta que las divisiones son nuestras, son fruto de nuestra condición pecadora, son de este mundo, pero no existen ni en la vida eterna ni en el Corazón de Cristo.

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