En comunión con la Santa Madre de Dios (VIII)
Mons.
, Obispo de San Sebastián | En esta parte del Magníficat (‘Santo es su Nombre’) María se remite a la santidad de Dios que es inalcanzable para el hombre pero que, por otra parte precisamente a través de ella se ha hecho más alcanzable que nunca. Nunca Dios ha estado tan cerca de nosotros como en María, pues ha estado dentro de ella. Nunca ha estado tan a mano del hombre. Y en esta oración del Magnificat se insiste mucho, después de haber ensalzado la trascendencia de Dios, en que Dios exalta a los humildes. La razón última de la humildad está en esto que hemos dicho: Santo es su Nombre. Cuando un hombre ha descubierto que Dios es Dios, que Él es todo, pues entonces confiesa inmediatamente su nada. Cuando un hombre entra en la intimidad con Dios no le hace falta que nadie le predique la humildad. La experiencia de la grandeza de Dios a él le pone inmediatamente en su sitio, sabe de su pequeñez. El efecto del amor de Dios, de la experiencia, de la grandeza de Dios es la humildad y la humillación del hombre. Es la fascinación de Dios lo que le hace a la Virgen María humilde.Precisamente, si nosotros no somos humildes es porque no tenemos la experiencia de la grandeza de Dios, de la adoración de Dios, porque no somos capaces de decir ‘Santo es su Nombre’, y lógicamente somos vanidosos. Insisto, la humildad no es una especie de descontento de nosotros mismos ni siquiera la confesión de nuestra miseria. En el fondo la humildad supone mirarle a Dios antes que a nosotros mismos. La humildad nace de tener una fuerte experiencia de Dios que hace que nosotros estemos colocados frente a Dios como la criatura ante su Creador. Porque, a veces, nosotros por humildad entendemos como una especie de complejo de inferioridad, y confundimos una persona humilde con un acomplejado. La humildad no es un complejo de inferioridad sino que es todo lo contrario. El día en que veamos a Dios cara a cara entonces seremos verdaderamente humildes. Hasta entonces la única manera de intentar ser humildes es teniendo una relación con Dios de intimidad en la que la experiencia de su amor y su grandeza nos haga percibir la verdadera humildad.
Avanzando en esta oración del Magníficat llegamos a la expresión que dice ‘a los hambrientos los colmó de bienes’. Es decir, que existe un parentesco muy grande entre el humilde y el hambriento. Ambos se parecen en que los dos no tiene el centro en sí mismos sino que lo tienen en otro, el hambriento está pensando en quien le da de comer y el humilde es aquel que está centrado en Dios, que conoce su grandeza. La referencia al otro es el fundamento de la felicidad de los hombres: de los humildes y de los hambrientos. Por eso dice que Dios humilla a los poderosos y da su poder salvador a los que se saben humildes y a los hambrientos. Por eso el Evangelio dice ‘bienaventurados los pobres’ y ‘¡ay de vosotros los ricos porque ya estáis saciados!’. La oración del Magníficat, que es una verdadera escuela de oración por parte de María, nos está invitando a estar hambrientos de los dones de Dios. Lo más contrario al espíritu de la oración es el alma que se cree satisfecha de sí misma, que no tiene hambre y sed de Dios y una de las desgracias mayores que puede ocurrir al hombre moderno es el hecho de que el bienestar, el hecho de tener las necesidades más apremiantes totalmente cumplidas, le quite el hambre de Dios, el horizonte de nuestra vida. Esto es una verdadera desgracia. Al final se acaba convirtiendo en una tentación que quita al hombre el hambre y la sed de Dios. Tentación de la que tenemos que huir.
El hombre ante Dios siempre es un mendigo y tenemos que educarnos en suscitar hambre y sed de Dios siempre en nuestras vidas, sin engañarnos con sucedáneos, sin pretender que tres o cuatro pequeñeces estén pretendiendo colmar el horizonte de nuestra vida. Por eso la oración del Magníficat quiere suscitar en nosotros el que nos consideremos pobres de Yahvé ‘a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos’. María, en esa manera de dirigirse a Dios, quiere hacer de nosotros pobres de Yahvé y un pobre de Yahvé es aquel que lo espera todo de Dios y que sabe que sólo en El tiene su felicidad. Por tanto esta escuela de oración que hace María nos enseña a rezar en voz alta y a pedir para nosotros ese don que ella experimentó en su vida: que Dios es nuestro todo y que solamente en El, el hombre puede ver colmadas sus expectativas de felicidad.
Engrandecemos, pues, a Dios por lo que ha hecho en la Virgen María y por lo que a través de ella ha hecho en toda la humanidad.