En comunión con la Santa Madre de Dios (VI)

Oración

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | En el Magníficat tenemos el modelo máximo de la oración del primer tipo: engrandecer a Dios por medio de María, por la obra que Dios ha hecho en ella. Cabe decir que el encuentro con Isabel ha sido ocasión de que conozcamos como era la oración de María. No tenemos otro pasaje en el Evangelio que sepamos como rezaba ella, por lo que es un pasaje que nosotros guardamos como oro en paño porque aquí se ha revelado el corazón de la Virgen María, cómo oraba ella. En nombre de todo el pueblo María da gracias al Señor por ella misma y por el cumplimiento de las promesas de la Alianza.

Caer en cuenta de que María abre su corazón, nos descubre como reza ella cuando se encuentra con otra mujer que es Isabel que también pertenecía a los pobres de Yahvé cuyo único refugio era la invocación de Dios. Lo que quiere decir esto es que María abre su corazón porque se ha encontrado con otra mujer que abre su corazón a Dios. Cuando dos almas de oración se encuentran se entienden perfectamente desde el primer instante porque están empapadas del mismo Espíritu Santo y hay una química entre ellas muy especial. De esto tenemos experiencia también en nuestra vida. Algo así ocurre entre María e Isabel. A través de un sencillo saludo se establece esa especie de contacto vivo con el Espíritu Santo, es escuchar esa voz y el niño ya está saltando de alegría en su vientre. Cuando una persona lleva a Jesús vivo dentro de su corazón santifica todo lo que toca. Es como una capacidad de irradiación. Es lo que vemos en este encuentro entre María e Isabel. Y curiosamente la Virgen ante su prima Isabel, lo que hace, básicamente, es repetir lo que ella ha recibido del ángel, está repitiendo, de alguna manera, el saludo de Dios que había recibido en Nazaret.

Cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno y quedó llena del Espíritu Santo. Tiene una gran similitud con la Anunciación a María que había acontecido unos versículos antes donde el ángel se presentó a María y ella quedó llena del Espíritu Santo. Ósea que en el fondo cuando nosotros estamos llenados por Dios nos encontramos con los demás, e inevitablemente, si Dios está presente en nuestra vida nosotros acabamos siendo presencia de Dios ante los demás. Nadie da lo que no tiene. Y al revés, cuando alguien está lleno de Dios no puede dar otra cosa. Algo de esto le pasa a María en su encuentro con Isabel, que ella estaba llena del Espíritu Santo y lógicamente irradia el Espíritu Santo a Isabel. Esto es clave para entender este encuentro y esta oración. Las dos están exultantes en este encuentro. Hay una exultación en el Espíritu Santo.

Toda oración de alabanza, de bendición brota de lo más profundo del corazón por eso en este pasaje donde Isabel está exultante cuando dice: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga?”, llena del Espíritu Santo, recuerda a otro pasaje de Lucas 10,21 que dice: “en aquel momento se llenó Jesús del Espíritu Santo y dijo: “yo te bendigo Padre porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes…”. Algo así también ocurre aquí. Igual que Isabel está llena del Espíritu Santo y confiesa, hay una especie de oración en la que ya no habla uno mismo sino que es el Espíritu Santo el que está llenando de gozo a los que están allí presentes. Hasta tal punto es esto así que el relato insiste en que Isabel lo dice a voz en grito: “Bendita tú entre las mujeres”, con lo que se está indicando que es la exultación de alegría. Porque la oración no nace de una reflexión fría sino que la oración está naciendo de un corazón que vibra. Vibra de dolor, vibra de alegría… La oración es vital, no se trata de calentar la cabeza sino que es mover los corazones y las vidas. Por eso dice el texto ‘dijo a voz en grito’. A veces nuestra oración suele ser muy plana, muy teórica y aquí uno aprende a rezar con la vida entera, a conmoverse, a emocionarse. Es importante esta escuela de oración que recibimos de este encuentro de María y de su prima Isabel.

Isabel refleja la primera bendición pronunciada sobre María y es como una escuela de todas las bendiciones que nosotros después hemos pronunciado en el mismo Ave María ‘bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre’. Esa bendición de Isabel a María, que en el fondo es una bendición semejante a la del ángel Gabriel a la Virgen María, la llevamos prolongando durante 2000 en esta historia de oración que hace la Iglesia. Al bendecir a Dios las delicadezas que ha tenido con María bendecimos al mismo tiempo a la Virgen María y comprendemos que María es el prototipo de una humanidad colmada de bendiciones y capaz de bendición. Por tanto, en esta escuela de la Virgen María, el Espíritu Santo nos educa en la bendición, es decir, estamos siendo educados en cómo bendecir a Dios gracias a la Virgen María.

Hemos introducido esta oración del Magníficat porque es para nosotros una joya que tenemos que rezar con profundidad, que tenemos también que hacer de ella una escuela de oración porque es la única oración que sabemos que María pronunció, por lo que es para nosotros muy importante verla con detenimiento, cómo oraba María, qué papel ocupaba en la vida de María Dios, qué importancia le daba ella, por ejemplo, a los pobres, a la vida, al sufrimiento… todas estas cuestiones quedan reflejadas en esa hermosa oración de la Virgen María. Ella sabe quién es y que todo se lo debe a la bondad de Dios, si ella es grande es porque el creador así lo ha querido. Siente por El todo el amor que puede sentir una mujer por su esposo, comprende que al mismo tiempo El es el poderoso, el santo, el que tiene infinita misericordia, se toma a Dios plenamente en serio porque es el centro de su corazón, El es el dueño de su vida, de su historia, El puede colmar de bienes a los hambrientos, lo sabe ella por propia experiencia, y deja a los ricos sin nada. Por esto es muy importante esta oración.

Hay una palabra clave que se repite y es la palabra humildad, la humillación de su sierva. Esta es la virtud característica de la Virgen María y es una auténtica enseñanza porque la humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa sino en saber que lo que somos está unido a la grandeza de Dios, que lo puede todo. La humildad no es negar los dones que tenemos sino reconocer a Dios como el autor de todos ellos. Por eso la clave de esta oración está en la primera expresión “engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”.

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