El ahora de María en Caná

Las bodas de Caná
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | En la parte final del Ave María aludimos al ahora, cuando decimos: «Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». El catecismo dice que nos pongamos en sus manos en el hoy de nuestra vida.

En el ahora evocamos el episodio de las bodas de Caná de Galilea, en el capítulo segundo del evangelio de san Juan, donde ese ahora parece nacer de la Virgen María que empujó a su Hijo para que llegase la intervención, su gracia en ese momento. Este episodio, quizá, es la escena más reveladora de una especie de poder soberano de María sobre el corazón de Jesús, aunque esto hay que entenderlo en un sentido metafórico, porque María es la esclava del Señor. Es la esclava de su Hijo. No obstante, al mismo tiempo, Dios ha querido que Ella ejerza también la autoridad materna sobre su Hijo.

Ella, en cuanto a su naturaleza, es esclava de Dios, pero, por gracia, el Señor ha querido darle un cometido maternal, por el que pasa a tener casi ese poder sobre su Hijo. Obviamente, no se trata de que la voluntad del Hijo y de la Madre estén contrapuestas, porque uno podría entender que la Virgen María tiene que forzar la voluntad de su Hijo. Esta también es una imagen metafórica, sin embargo, Dios ha querido poner en su mano esa función materna de introducir a su Hijo.

Cuenta el segundo capítulo de Juan cómo la Madre de Jesús estaba allí y lo dice explícitamente. Estaba de una manera discreta, cordial, maternal y atenta a las necesidades de los esposos que se casaban. Percibió que no tenían vino y se lo dijo a su Hijo. Es en ese momento cuando Jesús da una respuesta sorprendente, diciéndole que a ellos qué les va y que todavía no había llegado su hora. Y entonces le dice a su Hijo que ahora, pese a su respuesta. Parece como si le forzase, como si Jesús hubiese hecho el milagro de las bodas de Caná por complacer a su Madre, pero es una manera de hablar, porque la voluntad de Jesús y de María están plenamente unidas. Esto se ha querido manifestar, de alguna forma, con el lugar que ocupa Ella en la Iglesia. Dios, por gracia, le ha otorgado a María ese poder de intercesión ante su Hijo.

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